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Otro compás de espera. El titular se podría rematar con un “y van...”, pero hay que conceder ese compás de espera porque hablamos de paisanos y merece la pena.
Mereció la pena el saludo capotero de Juan Diego, que toreó a la verónica como hacía tiempo que no ligaba un toro. Pero no lo remató con la media que merecía ese racimo de lances merecidos a compás. Mereció la pena la nobleza del toro, una nobleza que Juan Diego quiso aprovechar pronto. Tanto que ya en la primera tanda buscó ligar siete derechazos con el de pecho y el de la firma. Y los ligó con gusto, ritmo y limpieza. Ese querer aprovechar todo tan pronto pudo provocar que el trasteo, siempre correcto, bonito y de buen gusto, se fuera a menos con un final vistoso y con un tres en uno abrochado con farol y el magnífico de pecho Un pinchazo precedió a una estocada contraria que tumbó al animal. El otro, soso parado y desentendido, no le sirvió para casi nada, para nada más que matarlo de perfecto espadazo, que también mereció la pena.
Mereció la pena una notable y asentada tanda de naturales largos que le endilgó Gallo al humillador y asperote quinto. Una tanda que llegó mediada la faena, cuando se perdía ya entre derechazos, recortes de violentas trincheras y más derechazos de trazo corto. Ligó esa tanda y cambió otra vez a la mano diestra y se fue a por la espada. Tal vez para darse un compás de espera y rematarlo el domingo en Madrid. También marcó por derecho, con el refrendo del descabello y paseó dos orejas generosas si se comparan con las que cortó Juan Diego.
En su primero sucedieron pocas cosas positivas. Dejó sin picar a un toro pechudo y bronco, por el simple hecho de que entró dos veces, porque el bicho no sangró ni para un anális. Sorprendido antes de brindar dejó bonitos recortes y luego se perdió entre varios desarmes y algún detalle escaso. Mató bien, y eso merece la pena de cara a Madrid, que ya es el domingo.
Jairo Miguel tuvo dos toros que merecieron la pena. Él, de matador de más joven del mundo, puso de manifiesto su condición de joven y principiantes. Mereció la pena su voluntad por ligar en el tercero y cómo dejó la muleta puesta. Eso y la estocada, que fue perfecta. Lo del sexto, para olvidar. El toro galopó y él nunca encontró su sitio.
Pero, en fin, habrá que dar otro compás de espera.
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